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Parias

Foto del escritor: Cecilia CorreaCecilia Correa

Actualizado: 13 ago 2020


Era noche cerrada en el feudo. Cuatro figuras encapuchadas salieron del bosque como exhalaciones. Miraron a los lados con cautela y se acercaron a un árbol que no se diferenciaba de los demás. Mientras una de las figuras vigilaba, las otras tres removieron la tierra y retiraron unas tablas para sacar un pequeño cofre de madera.


-Aquí están todos los pergaminos del Consejo de Liberación- explicó Gus a los demás, al tiempo que ponía los que llevaba bajo el brazo- esto es todo lo que sabemos y hemos creado. Como miembros del Consejo es nuestro deber protegerlo- añadió.


-Lo protegeremos- dijo Abraham con determinación y los otros dos asintieron.


-Volveremos a reunirnos pronto- dijo Gus con una mal disimulada sonrisa de orgullo- estén atentos-


Después de volver a esconder el cofre, Isaak e Isabel se alejaron. Cuando ya no podían verlos, Gus besó levemente a Abraham.


-Te veo mañana o más bien, más tarde- le susurró al oído antes de irse.


-Descansa- respondió Abraham con una sonrisa que le iluminó el rostro a pesar de la noche.


Se deslizó lo más silenciosamente que pudo hasta su casa y entró por una ventana tratando de no hacer ruido, pero en cuanto entró, se topó de frente con sus padres. Isabel estaba sentada con ellos y se veía angustiada.


- ¿Se puede saber dónde estaban? - trono su padre- No somos tontos hijo, sé que llevan varias noches saliendo. Es peligroso andar solos allá afuera ¿te has puesto a pensar en lo que podría ocurrirle a tu hermana? - le preguntó molesto.


Abraham no dijo nada, evitando la mirada de su padre. Deseaba contarle lo que estaban haciendo, como podrían tener una vida mejor a partir de lo que el grupo planteaba, pero temía que no lo entendiera.


-Estamos preocupados hijo- habló su madre tratando de ser conciliadora- no queremos que tengan problemas. Tú no eres así, antes volvías a casa inmediatamente después del trabajo ¿hay algo de ese nuevo trabajo que quieras contarnos? -


A esto Abraham se puso rojo, no le había contado a nadie sobre Gus, ni siquiera a su hermana y definitivamente no pensaba contárselo a sus padres. Tenía miedo de cómo reaccionarían.


-Ya les dije que solo estamos paseando- intervino Isabel algo molesta- están haciendo un alboroto por nada-


-Cuidado con ese tono jovencita- advirtió su padre- esa no es forma en que una dama se comporte-


-¿Te parezco una dama?- exclamó Isabel molesta, mientras se levantaba y le mostraba su raída falda- soy una campesina, una sierva, ¡en este tonto lugar eso es lo único que se puede ser!-


- ¡Isabel! - exclamó su madre escandalizada.


-Tiene razón- intervino Abraham, una fuerza extraña se había adueñado de él y se encontró hablándoles a sus sorprendidos padres igual que Gus- todos lo somos, y como están las cosas no podemos ser más. Pero nosotros creemos que eso no tiene que ser así, que podemos ser más. Ustedes no creyeron que Isabel tuviera que aprender a leer, pero lo hizo por su cuenta y ahora además es una gran oradora- añadió mirándola con orgullo- y somos parte de algo más grande que nosotros, gente que quiere cambiar las cosas y lo seguiremos haciendo- terminó decidido.


Su padre lo miró estupefacto y, esta vez, Abraham le sostuvo la mirada. Realmente creía en lo que estaban haciendo y no pensaba detenerse.


-Después de eso nos fuimos a dormir y mis padres estuvieron raros esta mañana- le contó a Gus en el trabajo, mientras contaban bolsas de grano.


-Es normal que se preocupen- respondió Gus- pero ya eres un hombre, puedes tomar tus propias decisiones- añadió dándole una palmada en la espalda, que se volvió una disimulada caricia.


Abraham sonrió y siguieron trabajando. Se separaron al terminar la jornada y Abraham volvió a casa, aunque era cierto que ya tenía edad para tomar sus propias decisiones, no deseaba preocupar a sus padres más de lo necesario. Pero cuando entró en la casa se dio cuenta de que algo estaba muy mal.


Su madre lloraba sentada en una silla, su padre estaba parado en una esquina totalmente serio y su hermana daba vueltas por la habitación, furiosa.


- ¿Qué ocurre? - preguntó preocupado acercándose a su madre.


-Llego una comunicación del Castillo- respondió su padre con gravedad- nuestro señor tiene invitados y uno de ellos quiere que tu hermana sea su cortesana- había un profundo pesar en estas últimas palabras.


-Básicamente, “nuestro señor”- dijo Isabel haciendo un énfasis sarcástico en las palabras- quiere venderme, como una esclava- exclamó Isabel llena de ira- no soy una cosa ¡no soy una cosa! - insistió rompiendo a llorar.


Abraham se quedó paralizado; su hermana y su madre estaban llorando y padre tenía cara de funeral. No era para menos, eran siervos, no podían negarse a una petición directa de su señor feudal, incluso aunque significara perder una hija.


La ira invadió cada centímetro de su piel, su hermana tenía razón, no era una cosa y no iba a permitir que la trataran como tal. Salió corriendo de la casa y alcanzó a Gus en la suya. Después de que le explicara apresuradamente lo ocurrido, Gus accedió a convocar al Consejo esa misma noche, no había tiempo que perder.


Una vez que oscureció, se adentró en el bosque junto a su hermana e Isaak. Este iba casi tan enojado como él, ya que acababan de contarle lo ocurrido y requirió todo su auto-control no ponerse a gritar.


Cuando llegaron con los demás, Isabel lo sorprendió explicando lo ocurrido. Ya no lloraba y tanto en su mirada como en su voz se notaba su determinación, no iba a rendirse sin pelear. Los otros miembros del Consejo compartieron su furia y comenzaron a barajar opciones para salvarla.


-Yo no entiendo por qué le dan tantas vueltas- dijo Godfrey sin levantarse, haciendo que todas las miradas se clavaran en él- este es el momento que estábamos esperando, debemos tomar por asalto el castillo y hacer prisioneros a los señores feudales. Esa es la única forma en que las cosas empiecen a cambiar por aquí-


Ese anuncio calló como una piedra y todos los demás empezaron a hablar al mismo tiempo. Algunos estaban totalmente de acuerdo, otros no se sentían preparados y algunos simplemente no entendían como lo harían.


- ¡Silencio! - exclamó Abraham, haciendo que todos lo miraran- tenemos que estar unidos en esto y decidir ya ¿tomaremos el castillo o no? -


- ¡Sí! - respondieron los demás al unísono.


Se les fue la noche en planear el ataque; estaban enojados y decididos, y confiaban en que todo saldría tal y como lo habían planeado. Se separaron poco antes del amanecer, acordando que se reunirían en dos días, preparados para el ataque.


Abraham e Isabel pidieron a sus padres que no se preocuparan, ellos sabían que hacer y lo único que necesitaban era que ellos les dieran algo de tiempo, dándole largas al señor feudal durante un par de días. Por su parte, Isaak ayudó a los otros miembros a localizar como entrar al castillo y a esconder en el bosque algunas espadas y arcos.


Finalmente llegó el anochecer del día marcado y todos se reunieron en el punto de siempre para comenzar. Godfrey repartió las armas junto con Isaak y un primer grupo se acercó al castillo. Eran los 5 miembros más rápidos y sigilosos, y su tarea era abrir camino a los demás.


Se deslizaron como sombras hasta el castillo, y se deshicieron de los pocos guardias montados frente a una puerta lateral. Mientras los demás retiraban los cuerpos, Isaak hizo una seña a los demás para que entraran.


Todo iba tal como habían planeado, se colaron por una de las torres laterales del castillo y comenzaron a avanzar sigilosamente hacia donde suponían estaban las habitaciones del señor feudal. El plan era simple, tomarlo por sorpresa y hacer que ordenara a sus guardias deponer las armas, una vez logrado eso, podrían convocar al resto de los habitantes del feudo para iniciar una nueva forma de organizarse.


El problema fue que ninguno sabía a ciencia cierta la distribución del castillo y cuando abrieron la puerta de las supuestas habitaciones del señor feudal, se encontraron en el salón de banquetes, donde aún se celebraba la cena con los invitados de este: Los Jaguares.


- ¡Intrusos! - tronó la voz de sir Keith mientras desenvainaba su espada- ¡a las armas! -


- ¡Corran! - gritó Gus mientras los muchachos emprendían la retirada. En pocos momentos todos los guardias del castillo estaban tras ellos y ellos corrían desesperadamente buscando una salida.


- ¡Tráiganme a mi nueva cortesana! - se oyó la orden de sir Keith mientras intentaban huir- ¡y desháganse del resto! -


Los muchachos lograron salir a un patio, donde pronto se vieron rodeados por los guardias. Sacaron sus armas y se prepararon para el enfrentamiento, porque ninguno estaba dispuesto a morir sin luchar. El choque entre ambos bandos fue brutal, en especial por la diferencia numérica, pero los revolucionarios lograron mantenerse juntos para repeler el ataque.


En medio de la batalla, Gus divisó una puerta que daba a otro patio más pequeño y se giró a hacia Abraham, Isabel e Isaak, que trataban de resistir a su lado.


- ¡Tienen que irse ahora! Les daremos tiempo, pero si no sacan a Isabel de aquí, ser cortesana sería un sueño comparado con lo que le harán- exclamó señalando la puerta.


-Pero no podemos dejarlos aquí, todo esto es mi culpa- dijo Isabel mientras disparaba flechas a los guardias, tratando de hacerlas contar porque se estaban terminando.


-No lo es, ¡váyanse! Isaak sácala de aquí- replicó Gus, ayudándolo a abrir la puerta, que era más una reja con barrotes de hierro.


Isaak tomó a Isabel de un brazo y retrocedió delante de ella para sacarla por la puerta.

-No puedo dejarte aquí- dijo Abraham tomando a Gus del brazo cuando comenzó a empujarlo hacia la puerta

-No tenemos opciones, si no se van, todo lo que hemos hecho morirá con nosotros. Salva el cofre, váyanse lejos, por favor, lo que hemos empezado es demasiado grande como para que muera esta noche- le suplicó Gus. Estaba cubierto de sudor y aferraba la espada con todas sus fuerzas, pero aun así había un brillo en sus ojos al hablar del movimiento.


-No puedes pedirme que te abandone- rogó Abraham negándose a soltar su brazo y tratando de llevarlo con él.


-No lo harás, siempre estaré contigo- respondió Gus poniéndole una mano en el rostro y mirándolo con ternura- En el fondo del cofre, hay algo para ti, búscalo. Te amo- dicho esto lo beso apasionadamente y luego lo empujo fuera, cerrando la puerta entre ellos.


- ¡GUS! ¡GUS! - gritó Abraham desesperado agitando los barrotes.


-Abraham tenemos que salir de aquí, ya- lo urgió Isaak jalándolo para apartarlo y consiguiéndolo con la ayuda de Isabel. Los tres corrieron lo más rápido que les permitieron las piernas por ese pequeño patio, que era la entrada a las cuadras del castillo.


Los caballos relincharon asustados cuando entraron corriendo y se escondieron tras un montón de heno.


-Esta es nuestra oportunidad- susurró Isaak- podemos tomar caballos y salir de aquí-


-¿Dónde están pequeñas ratas?- se escuchó la inquietante voz del líder de Los Jaguares mientras entraba a las cuadras.


Los chicos se miraron aterrados, pero en un momento Isaak miró a Abraham a los ojos y este reconoció en ellos la misma mirada que en los de Gus: pensaba quedarse atrás. Se estrecharon la mano en silencio y entonces Isabel comprendió lo que pasaría.


Intento sujetar a Isaak por la ropa, pero él no se lo permitió. Tomo las manos de la chica entre las suyas y las beso, para luego formar con los labios, pero sin hacer ruido un “Te amo”. Abraham apretó a su hermana contra su pecho mientras Isaak se movía a otro montón de heno y de ahí salía a enfrentar al líder de Los Jaguares.


Aprovechando la distracción los hermanos lograron robar un caballo y salir del castillo por una puerta trasera. No se detuvieron hasta llegar a su casa, donde levantaron a sus padres, empacaron cuatro cosas y salieron rumbo al bosque, con Isabel y la madre subidas en el caballo. La primera sollozaba en silencio, acariciando el sencillo anillo de cobre que Isaak le había dado cuando se comprometieron.


Por su parte, Abraham caminaba como en trance, incapaz de decir nada, pero deseando echarse a llorar igual que Isabel. Ni siquiera había podido decirle a Gus que él también lo amaba.


A la mañana siguiente llegaron a un claro que al padre le pareció lo suficientemente alejado del feudo e instalaron un campamento. Mientras recogía leña Abraham no podía dejar de pensar en lo último que Gus le había pedido; que salvara el cofre con los documentos de El Consejo. De manera que, aquella tarde, mientras su familia descansaba, se escabulló fuera del campamento y corrió lo más rápido que pudo de vuelta al feudo.


Tardo varias horas al ir a pie, pero no se detuvo a pesar del cansancio. Cuando llego al lindero del bosque sentía que corazón iba a salírsele del pecho y le dolían las piernas de todo lo que había corrido, pero estaba totalmente decidido a cumplir lo que Gus le había pedido. Por lo que después de tomar aire por un momento se dirigió al árbol en el que ocultaban el cofre y lo sacó tomando infinitas precauciones.


Estaba por irse cuando escuchó a dos mujeres hablando en el camino.


- ¿Supiste lo de los forajidos que intentaron atacar a nuestro señor? - preguntó una.


-Sí, supe que uno de los hijos de Nan estaba con ellos, que pena- respondió la otra haciendo que Abraham diera un respingo; Nan era la madre de Gus.


-Qué horror, un muchacho tan joven, remando en las galeras, pobre Nan- se compadeció la otra.


Abraham se internó en el bosque con el cofre antes de que lo vieran, y mientras volvía al campamento de su familia había un solo pensamiento en su cabeza ¡estaba vivo! ¡Gus había sobrevivido!


Cuando regresó al campamento su padre estaba furioso, pero a él no le importó. Más tarde abrió el cofre y al fondo, encontró una bolsita de cuero y dentro de ella, un dibujo. Eran Gus y él, sonriendo y en la parte trasera tenía un mensaje.


Para Abraham con todo mi amor y la promesa de que las cosas cambiarán pronto- Gus


-Claro que lo harán- murmuró Abraham guardando el dibujo en la bolsita y colgándosela al cuello- te juro que haré que cambien para que puedas volver- dijo con solemnidad.


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