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La nueva generación

Foto del escritor: Cecilia CorreaCecilia Correa

Actualizado: 28 jul 2020


Habían pasado 11 años desde la última reunión de Los Caballeros de Irina. La reina había muerto en misteriosas circunstancias; se había dicho que la mató una enfermedad, pero la gente decía que el rey la había hecho matar. Sea como fuera, las personas vivían con miedo y parecía que el soberano no tenía oposición. Pero es muy difícil matar una idea.


Era una mañana como cualquier otra, cuando Abraham fue despertado por su padre para ir a trabajar. Aún estaba oscuro afuera, como podía ver desde la minúscula ventana de su choza.


Su madre y hermana ya se habían levantado y cocían avena para el desayuno. Abraham se quitó la camisa larga con que dormía y la remplazo por su ropa de trabajo, una playera de manga corta y unos pantalones marrones. Cuando fue a tomar sus botas se dio cuenta de que estaban rotas, demasiado rotas.


Soltó un suspiro de fastidio y las dejó, no sería la primera vez que trabajaría descalzo, como dejaban ver sus callosos pies. Cuando se sentó a desayunar, su padre noto sus pies descalzos, pero no dijo nada. Aunque solo tenía 16, Abraham reconoció esa mirada: no había dinero. Pero eso no tenía nada de raro, no es como que los siervos tuvieran mucho.


-Isaak vendrá esta tarde, al salir de la mina- dijo su hermana Isabel- iremos a pasear al bosque-


-No vayan muy lejos- dijo su padre- y regresen antes de que oscurezca-


Después del desayuno, Abraham y su padre salieron rumbo a los sembradíos. El feudo iba despertando poco a poco y los hombres iban saliendo de sus casas rumbo a las áreas de trabajo. Llevaban ropa gastada y herramientas al hombro. Algunos se dirigieron al bosque a traer madera para el castillo y otros se encaminaron a las minas, pero la mayoría, Abraham entre ellos, se dirigieron a los sembradíos. Ya habían preparado la tierra y ahora había que sembrarla.


Se dirigieron a las bodegas del castillo, donde recibieron los costales de semillas. Ese proceso siempre era largo, ya que debían registrar quien se llevaba que semillas, para cobrarle su parte de la cosecha al llegar el momento. Cuando finalmente les entregaron la nota con las semillas que les tocaban, Abraham la leyó. Había aprendido a hacerlo de pequeño, porque sus padres habían hecho el esfuerzo de enviarlo con el párroco de un pueblo vecino.


- ¡Circula! - le reclamó el hombre que entregaba las notas- ¿qué tanto le ves a eso? - preguntó de mala manera.


-La estaba leyendo- respondió Abraham bajando la cabeza.


- ¿Sabes leer? - preguntó el hombre incrédulo- eso habrá que verlo. Ve y dile eso al encargado de la bodega para que vea si es verdad. Si sabes, ahí serás más útil que en el campo ¡Vamos avancen! - ordenó con voz de trueno.


Fueron a la bodega y Abraham pasó la prueba de lectura, por lo que recibió instrucciones de presentarse ahí todos los días para llevar los inventarios.


- ¡Gus! - gritó el encargado- ven acá y explícale al nuevo que tiene que hacer-


Un muchacho alto y moreno acudió a la llamada. Tenía el cabello ondulado y negro como una noche sin luna, los rasgos afilados y los ojos brillantes. Debía ser de la misma edad que Abraham, tal vez un poco mayor, pero se movía con ligereza y seguridad, como Abraham solo había visto hacerlo a los nobles. Cuando lo saludó con un gesto de cabeza, Abraham se dio cuenta de que se había quedado viéndolo fijamente y apartó la vista, sonrojado.


-Vaya, no hay mucha gente por aquí que sepa leer- comentó el muchacho tendiéndole la mano- me llamo Gus-


-Abraham- respondió el aludido estrechando su mano.


-Vamos, te explicaré que hacemos aquí, si sabes leer supongo que también sabes contar- añadió mientras lo llevaba a una mesa con varios pergaminos, un par de plumas y tinta.


-Se contar hasta 100 y hacer sumas y restas- respondió Abraham con suficiencia. En cuanto lo dijo se sintió un poco tonto ¿por qué quería impresionar a ese chico?


-Entonces estarás bien- respondió Gus con una sonrisa amistosa, que hizo que Abraham se sonrojara de nuevo ¿qué le pasaba?


Pasaron el resto del día repartiendo semillas y registrando minuciosamente a quien le daban que. Abraham estaba sorprendido de la cantidad de grano que había almacenado, sobre todo teniendo en cuenta toda la gente que pasaba hambre en el feudo.


-Es extraño- le comentó a Gus al final del día, después de compartirle su reflexión.


-No es extraño- le respondió este y por un momento su mirada se volvió una de enojo- es injusto-


Abraham se fue a casa pensando en muchas cosas; Gus tenía un punto, era injusto que las personas pasaran hambre si había comida, pero así eran las cosas ¿o no? La voz de su padre lo sacó de sus cavilaciones.


-Hijo, ve a buscar a tu hermana, aún no regresa y está empezando a oscurecer- le pidió.


-Si papá- respondió. Si ese Isaak intentaba cualquier cosa con su hermana menor, se las vería con él.


Se alejó a paso ligero de las casas y no tardó demasiado en internarse en el bosque. Dejó atrás las zonas de tala y comenzó a buscar a su hermana, una tarea nada sencilla y a que el bosque iba volviéndose más espeso y cada vez había menos luz.


Después de un rato, cuando ya estaba completamente oscuro y Abraham comenzaba a desesperarse, pudo ver la luz de una fogata en la espesura. Se acercó con determinación entre los árboles y exclamó.


- ¡Isabel ya está todo oscuro! ¿Se puede saber a qué hora…? - no llegó a terminar la frase ya que alrededor de la fogata no estaban ni su hermana ni Isaak, sino un grupo de muchachos algo mayores que el sentados en círculo.


En cuanto lo vieron, varios se levantaron sobresaltados. Algunos incluso se llevaron la mano a los puñales que llevaban atados al cinto, preparándose para atacar.


- ¿Quién eres? ¿Qué buscas tu aquí? - le espetó un muchacho alto, cuyos rasgos hostiles eran acentuados por la fogata.


-Yo… solo… ya me iba- tartamudeo Abraham dando un paso atrás con cautela, lo que le faltaba, bandidos.


-No lo dejen ir- exclamó otro de los muchachos poniéndose de pie- podría decir donde estamos-


Abraham estaba a punto de salir corriendo por donde había venido, cuando un par de figuras aparecieron en el claro.


- ¿Qué pasa aquí? - preguntó una voz familiar, mientras una de las figuras que habían llegado se acercaba a la luz de la fogata con un paso desenvuelto; era Gus. Llevaba una capa oscura que le cubría hasta la frente y unos pergaminos doblados bajo el brazo.


- ¿Abraham? ¿Qué haces aquí? - preguntó en un tono mucho más amable y los otros muchachos fijaron la vista en Gus.


- ¿Lo conoces? - preguntó el muchacho alto con recelo.


-Si Godfrey, trabaja conmigo en el almacén. Tranquilos- explicó- pero no sé qué hace aquí- añadió mirando a Abraham con la duda escrita en la mirada.


-Yo… este… estaba buscando a mi hermana- explicó el aludido tras algo de vacilación. Los otros muchachos parecían respetar a Gus, así que ya no debía preocuparse de que lo atacaran. Así que los recorrió con la mirada.


A algunos los conocía, pero a otros nunca los había visto. Tenían un aspecto hosco y rudo y estaban devorando un animal que habían cazado, mientras sostenían pergaminos en las manos.


-Yo vi una parejita salir del bosque cuando venía para acá- dijo el muchacho que venía con Gus- una chica pelirroja y un muchacho ¿serían ellos? -


-Sí, esa debe haber sido mi hermana- respondió Abraham aliviado. Al menos Isabel ya estaba en casa.


-Vamos, es tarde, te acompañare a la salida del bosque, no son horas de estar aquí solo- dijo Gus dándole los pergaminos a un sorprendido Godfrey y tomando uno de los palos de la fogata, para usarlo como antorcha.


Abraham siguió a Gus en silencio y cuando ya no podían ver la fogata le preguntó por lo que había visto. Tras algo de vacilación Gus le contó que varios de esos muchachos eran forajidos del bosque. Contaban que cuando la reina vivía había organizado un grupo para velar por los pobres y que ellos habían creado un campamento secreto de forajidos, para proteger a los opositores del rey.


La reina solo había querido hacer caridad, pero ellos querían cambiar las cosas. Se reunían algunas noches a discutir textos prohibidos y estaban tratando de escribir un manifiesto. Mientras caminaban, Gus le habló de hombres libres y parlamentos, de derechos para las personas y de que todos podían ser iguales, no más amos o siervos: solo ciudadanos.


Al hablar de todo aquello, a Gus le brillaban los ojos. En la tenue luz de la antorcha, Abraham podía notar que estaba emocionado.


Se separaron en el límite del bosque y Abraham juró a Gus mantener el secreto.


-Sé que lo guardaras- dijo Gus dándole la mano para cerrar el juramento- no sé por qué, pero tengo un buen presentimiento sobre ti- añadió con una sonrisa que le ilumino el rostro a pesar de la noche y Abraham agradeció a la misma que Gus no podía ver que se había sonrojado hasta las orejas.


Al volver a casa, su padre le gritó por su tardanza, pero él no lo escuchaba. Las palabras de Gus habían encendido algo en él, solo era una chispa por ahora, pero hacía que Abraham quisiera saber más. Mientras daba vueltas intentando dormir, pensaba en la posibilidad de ser dueño de su vida, no tener que darle a nadie la mayor parte del fruto de su trabajo, sino poder TENER un pedazo de tierra. Poder pensar en tener un oficio o hacer cualquier cosa. Incluso en la posibilidad de que su gente ya no pasara hambre. Sonaba casi demasiado bueno para ser cierto, pero Gus le había jurado que había lugares en que las cosas eran así.


En los días siguientes, bombardeo a Gus con más preguntas y comenzó a asistir a las reuniones nocturnas. A la luz de la fogata y con las estrellas de testigos, aprendió que lo que había imaginado podía lograrse. Para que esto pasara, las personas tenían que tener derechos y para que estos se cumplieran debía haber un Parlamento con representantes de la gente.


Pasaron 6 meses de todo aquello y su hermana se comprometió con Isaak. En ese tiempo, su relación con este creció mucho, por lo que decidió contarles a ambos sobre el proyecto y los tres comenzaron a asistir a las reuniones. Isabel era la única mujer presente, pero hizo que la escucharan y consiguió que en la Carta de derechos que estaban redactando, incluyeran a las mujeres como iguales a los hombres. Esto causó revuelo al comienzo, pero logró salirse con la suya.


Abraham estaba orgulloso de ella y le gustaba compartir con ellos ese secreto. Sin embargo, nada les dijo de sus correrías por el bosque con Gus. El parecía conocer los lugares más hermosos de la arbolada y cuando terminaban su trabajo, lo llevaba a conocerlos. Nadie sabía que podían pasar horas hablando mientras compartían un trozo de pan o algunas bayas. Esos momentos eran solo de ellos dos, así como los besos de los que solo los arboles eran testigos.


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